Estoy sentado donde suelo hacerlo cuando me encuentro en la plaza
Mayor de Madrid, que es la terraza del bar Andaluz. Me gusta instalarme
allí con un libro al sol de invierno o a la sombra del verano; y de vez
en cuando, levantando la mirada, ver pasar a la gente o conversar con
los camareros: dos viejos amigos que, desde su privilegiado
observatorio, toman el pulso diario a la condición humana con singular
sabiduría y precisión.
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